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jueves, 6 de marzo de 2014

El auténtico origen del Día Internacional de la Mujer

(Versión corregida, 6 de marzo de 2014)

por Horacio Ricardo Silva (*)

A Sonia Balzano, mujer que supo romper sus cadenas;
 y en ella, a todas las mujeres que sueñan con su liberación.

S
iempre se consideró que el Día Internacional de la Mujer tuvo origen en una tragedia obrera, y que en sus comienzos fue —como el 1° de Mayo— una jornada de lucha internacional. No obstante, a raíz de confusas y erróneas informaciones, los hechos precisos que lo originaron no quedaron debidamente establecidos.
Se solía —y se suele— citar, aún, un  hecho fundacional: el día en que unas obreras textiles en huelga, en la ciudad norteamericana de Nueva York, fueron encerradas por sus patrones dentro de la fábrica, a la cual prendieron fuego para asesinarlas, por el delito de exigir mejoras en sus salarios y condiciones laborales. Para este hecho se menciona el nombre de la fábrica “Cotton”, y dos fechas diferentes: 8 de marzo de 1857, u 8 de marzo de 1908.
No obstante, merced a la investigación realizada por la filóloga española Ana Isabel Álvarez González[1] hoy se sabe con toda certeza cómo nació esta importante fecha. He aquí, resumida, su historia:
El primer antecedente de la celebración surgió a principios de 1908, cuando el Partido Socialista Norteamericano (Socialist Party of America) designó el último domingo de febrero de ese año, como el Woman's Day (Día de la Mujer), para reclamar el derecho al voto femenino.
Dos años después, la socialista alemana Clara Zetkin propuso en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas de Copenhague, que se organizara la celebración simultánea, en todo el planeta, de un día internacional de la mujer. Se aceptó la moción, y la jornada de lucha se realizó el 19 de marzo de 1911.


Las revolucionarias Clara Zekin (izq.), y Rosa Luxemburgo.

Pocos días después de esa manifestación, el 25 de marzo de 1911, se incendió la fábrica Triangle Shirtwaist Company (Compañía de Blusas para Mujeres “Triángulo”), en Manhattan. Allí existía una explotación inhumana: los directivos de la fábrica acostumbraban cerrar las puertas de las dependencias con llave, afirmando que lo hacían para evitar robos por parte de las operarias, con lo cual éstas quedaban encerradas durante las largas jornadas de trabajo, que duraban por entonces hasta 16 horas diarias.
Aquel día fatal, un cigarrillo mal apagado provocó el foco de incendio en el octavo piso; y 146 mujeres —en su mayoría inmigrantes, de un promedio de 17 años de edad— quedaron atrapadas, muriendo quemadas y asfixiadas. Los toscos ataúdes con los cadáveres calcinados fueron apilándose en la calle, a medida que los iban extrayendo del edificio en llamas.[2]


Los cadáveres calcinados eran colocados en ataúdes, y llevados a la vereda del establecimiento. Fuente:  http://en.wikipedia.org/wiki/Triangle_Shirtwaist_Factory_fire 

Si bien las trabajadoras no estaban en huelga, ni la fábrica fue incendiada a propósito por sus patrones —como reza la leyenda—, el hecho de encerrarlas y dejarlas indefensas ante cualquier imprevisto configuraba de por sí un acto criminal, que la jurisprudencia actual calificaría como “privación ilegítima de la libertad”.
El caso es que la indignación internacional por este hecho, generalizó en varios países la celebración de la jornada de lucha impulsada por las socialistas europeas. Al principio la protesta se efectuaba de manera inconexa, efectuándose en distintas fechas, según cada país; fue recién desde 1914 —año del inicio de la Primera Guerra Mundial— que se comenzó a celebrar de manera conjunta el día 8 de marzo. Las primeras mujeres que adoptaron esa fecha unificada fueron las revolucionarias de Alemania, Suecia y Rusia.
Fue precisamente en Rusia, el 8 de marzo de 1917, que la manifestación femenina realizada en San Petersburgo, dio origen a una revolución obrera que derivó en la caída del Zar; la cual a su vez, ocho meses después —merced al decidido impulso del Partido Bolchevique ruso—, dio a luz el acontecimiento más significativo del siglo XX: el advenimiento de la Revolución Rusa.
El movimiento internacional que generó aquella revolución hizo sentir su poderosa influencia, a tal punto que se logró unificar la fecha del 8 de marzo (día de la caída del Zar), como Día Internacional de la Mujer en todo el mundo.
Fue de esa manera, que comenzó a celebrarse esta importante fecha cada 8 de marzo. La conmemoración tenía un carácter decididamente ilegal, y solía terminar con varias manifestantes arrestadas en todos los países del mundo, dado que las clases adineradas y sus gobiernos las calificaban de “subversivas”.
Recién en el año 1952, cuando ya no se podía negar más la existencia real de la jornada femenina de lucha, la Organización de las Naciones Unidas reconoció oficialmente esa fecha.
Desde entonces, la fecha del 8 de marzo se hizo formal en todo el mundo; no obstante, el establishment la promocionó como un benevolente día de agasajo, en el cual jefes y patrones obsequian a sus secretarias y empleadas, con ramos de flores o cajas de bombones.
Esta venal falsificación del significado del 8 de marzo tuvo un rotundo éxito; a tal punto, que la aplastante mayoría de mujeres y hombres contemporáneos, ignoran por completo el auténtico origen de la fecha, y su carácter de protesta contra la explotación femenina.
Pero no sería ésta la única tergiversación sobre el tema: según la filóloga Álvarez González, el mito de que los hechos ocurrieran en el año 1857 y no en 1911, fue una adulteración pergeñada en 1955 —poco después de su aceptación por la O.N.U., y en plena “Guerra Fría”—, con el objeto de desligar a la fecha de su carácter socialista y comunista original.
La otra falacia ampliamente difundida —en la mayoría de los casos, creyéndola cierta de buena fe— y que proviene esta vez del ámbito de la izquierda militante, es la leyenda del asesinato masivo de las trabajadoras de Nueva York, a manos de sus patrones.
Este mito resulta contundente a la hora de demonizar al capitalismo, mostrando en blanco sobre negro la perversión de un sistema social y económico basado en el crimen y la explotación; pero la verdad histórica debe anteponerse tanto a las necesidades prácticas de la militancia revolucionaria, como a los objetivos desmovilizadores de sus poderosos enemigos.
Porque, en política, la falacia es un arma de doble filo. Si se la usa desde el llano, sin ambages, para soliviantar la revolución de los oprimidos, se la utilizará luego sin escrúpulos, multiplicada por mil, a la hora de gobernar un Estado, así sea éste revolucionario. La experiencia de la degeneración de la ex Unión Soviética, que alcanzó su máximo apogeo en el período de Stalin, así lo demuestra.[3]
Además, no se precisa de mentira alguna para demostrar la cruel estructura en que se basa la explotación capitalista; los crímenes cometidos a diario en todo el mundo, sean de activistas rebeldes al sistema o de simples personas en situación de pobreza o marginalidad, bastan largamente para ello.
No obstante los importantes avances de la humanidad en cuanto al reconocimiento de los derechos de la mujer —hacia 1908, nadie podía imaginar a una Presidenta liderando los destinos de una república—, faltan aún muchos “agravios por desfacer, entuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y deudas que satisfacer”, al decir del inmortal Miguel de Cervantes Saavedra.[4]
Entre ellos la existencia de la esclavitud, aquí y ahora en la Argentina de pleno siglo XXI[5]; o la explotación impiadosa de las familias trabajadoras en las cosechas, tanto aquí en Mendoza[6], como en la feudal Misiones[7], o en el resto de la Argentina, y del mundo entero.





[1] ÁLVAREZ GONZÁLEZ, Ana Isabel: Los orígenes y la celebración del Día Internacional de la Mujer 1910-1945. KRK Ediciones, Oviedo, España, 1999. Un artículo sobre este trabajo se puede consultar en el siguiente link: http://www.fire.or.cr/8marzo01.htm
[2] Para una detallada información sobre el siniestro, ver: http://en.wikipedia.org/wiki/Triangle_Shirtwaist_Factory_fire (en idioma inglés).
[3] Algo similar, pero en escala reducida, sucedió en el movimiento anarquista argentino; en la década de 1920, Diego Abad de Santillán y Emilio López Arango abusaron de su poder en la F.O.R.A. y en el periódico La Protesta, para llenar de calumnias a sus enemigos ideológicos internos: el anarquista expropiador Severino Di Giovanni, y la gente del periódico La Antorcha. Esas falacias llegaron al extremo de provocar asesinatos, un  método intolerable para los anarquistas como forma de resolver las diferencias. Tal es el poder de la mentira.
[4] CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de: “El Ingenioso Hidalgo don Quixote de la Mancha”. Tomo I, Primera parte, Capítulo II, primer párrafo. Edición en lengua castellana antigua en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:: http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/cerv/12700526414588273654213/p0000002.htm#I_8_
[5] Una cosecha de arándanos a punta de pistola. Diario Página 12, edición del 2/12/2011: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-182541-2011-12-02.html
[6] NARANJO, Ulises: Canción de amor al cosechador desconocido. Diario digital Mdz, 5/3/2014: http://www.mdzol.com/mobile/mobile/519956/
[7] ALVEZ, Sergio: Jonhatan, otra víctima de la precarización laboral. Revista digital Superficie, diciembre de 2013: http://revistasuperficie.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=788:jonhatan-otra-victima-de-la-precarizacion-laboral&catid=14:misiones&Itemid=21

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